Si me comparara con un instrumento musical podría decir que me siento como un violín. Cada parte de mi cuerpo emite un sonido parecido. Me quedo parada en el centro y dejo que desafine.
Caigo de rodillas con la cabeza baja. Mi espalda se encorva y cada una de mis vértebras chilla. Las manos pesan tanto que se arrastran -¿lo escuchas?- un silencio que se interrumpe –querido- y no lo entiendo. Intento levantarme, las piernas son débiles, que el esfuerzo me estremece. Comienzo a disfrutarlo, pues no es una tortura sino una composición.
El sonido no es ágil ni quebradizo –no confundas la pasión- sólo privado y prosaico.
-Alicia has vuelto a aprovechar las zapatillas rojas.
-Mi cuerpo se cobra la vida que le deben.
Caigo de rodillas con la cabeza baja. Mi espalda se encorva y cada una de mis vértebras chilla. Las manos pesan tanto que se arrastran -¿lo escuchas?- un silencio que se interrumpe –querido- y no lo entiendo. Intento levantarme, las piernas son débiles, que el esfuerzo me estremece. Comienzo a disfrutarlo, pues no es una tortura sino una composición.
El sonido no es ágil ni quebradizo –no confundas la pasión- sólo privado y prosaico.
-Alicia has vuelto a aprovechar las zapatillas rojas.
-Mi cuerpo se cobra la vida que le deben.
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