miércoles, junio 16, 2004

Hace algunos años, más cercana a mis veinte que a mis actuales treinta, tuve la oportunidad de alquilar galán. Esto fue en alguna noche loca de parranda. Entré a un bar y recordé las palabras de un buen ex amigo y dije: aquí hay billete. Procedí a buscar a un chico que tuviera todas las características necesarias para pasar un buen rato, además de que me invadió un mórbido deseo que se puede definir como “el que paga manda”.

Encontré a un chico alto, rubio, ojos café claros y lindos dientes blancos todos acomodaditos en su lugar, cuerpo delgado pero lo suficientemente marcadito. El chico sobresalió de los demás porque tenía el encanto de bailar muy bien y sonreír a la menor provocación. Para no hacer el cuento largo lo seduje, no inmediatamente con billetes sino con un pellizco en la nalga y una disculpa simpática por haber tentado su culo. Después, le invité una cerveza e intercambiamos teléfonos.

Pasó cerca de una semana y decidí invitarlo a salir. Ahora la invitación sería a lo grande: un viaje con todos los gastos pagados. No me conformaba con lo obtenido hasta el momento. A cambio yo quería disposición absoluta en cualquier momento. Evidentemente el chico aceptó la invitación y partimos a las playas de Oaxaca cómodamente en avioncito acompañados de una botellota de Whisky.

Hasta el momento todo marchaba bien pero… el chico con todo lo guapo que era tenía un defecto: ser súper mocho, mochilas, santurrón, moralino y anexas.

Aunque todo pintaba para un fin de semana de desenfreno, el chico en comento me soltó en el transcurso del viaje dos cosas; primero me pidió que fuera su novia y segundo que él no era de ésos que se aprovechan de las mujeres. Me aclaró que no acostumbraba a ser invitado y que él sentía algo de pena por su situación (según él iba de gorrón). Al principio pensé que se trataba de un ardid para no cumplir con lo que tácitamente era su parte del trato. ¡Sorpresa! El chico hablaba muy en serio. Toda mi fantasía se fue al caño, sin mencionar que el dinero invertido se había convertido en un total derroche sin sentido.

Decidí aceptar sus condiciones, al menos por el fin de semana. Me convertiría en la novia de un tipo guapo con el único fin de saborear sus mieles. Aunque ya no era lo mismo; él se encargó de destruir mi deseo y terminó con la fantasía de corromper a un inocente. Yo quería poseerlo por simple gusto y por que no, hasta por poder adquisitivo.

La historia terminó muy ñoña. Nunca aflojaba a la primera resultando ser un decente de lo peor, se bebió toda la botella de vodka y al final no fue el latin lover que buscaba. Para mi desgracia o fortuna, enfermé al segundo día y regresamos rápidamente a la Ciudad de México.


Me acuerdo de esa anécdota porque mi piel huele a coco y así olerá por muchos días más. To tiene algo que me gusta, entre otras cosas tenemos algo en común, y es que los dos somos igual de cochinos.


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