Recuerdo que mi mamá sonreía cuando me contaba cómo aprendió a planchar. Ella decía que se sentaba a un ladito de su tía Isabel y la observaba. La tía Isabel humedecía las camisas con una regadera fabricada de manera casera, hecha con una botella de vidrio. Después, las camisas húmedas se envolvían en un paño y se quedaban ahí por más de una hora, posteriormente son almidonados los puños y el cuello, casi al momento de ser planchados. Mi mamá decía que le gustaba ver deslizarse la plancha por la tela, pasar su mano y sentir el calor y la textura de la camisa.
Ayer planché tu camisa azul, pasaba lentamente mi mano y sentía la tela, pensaba en ti. Pensé en la tía Isabel y en mi mamá. Me gustó imaginar que eras tú, como una camisa, suave. Feministas radicales del mundo matéenme porque lo volvería hacer.
No quedó sin arrugas, ni tampoco la dejé en el paño por más de una hora pero, en cada pasada de la plancha y al observar detenidamente el vapor que salía de la camisa, recordé cuando me bañas, cuando me lastimé las palmas de mis manos y no podía ir al baño para hacer pipí sola, cuando me subo a la cama y me quitas despacito la ropa para ir a dormir. . .
Ayer planché tu camisa azul, pasaba lentamente mi mano y sentía la tela, pensaba en ti. Pensé en la tía Isabel y en mi mamá. Me gustó imaginar que eras tú, como una camisa, suave. Feministas radicales del mundo matéenme porque lo volvería hacer.
No quedó sin arrugas, ni tampoco la dejé en el paño por más de una hora pero, en cada pasada de la plancha y al observar detenidamente el vapor que salía de la camisa, recordé cuando me bañas, cuando me lastimé las palmas de mis manos y no podía ir al baño para hacer pipí sola, cuando me subo a la cama y me quitas despacito la ropa para ir a dormir. . .
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