martes, diciembre 16, 2003

Desde el día de ayer respondo un estudio de 11 preguntas, las veo (a las preguntas) una y otra vez, todavía no termino de contestarlas. Guardé comida en mi bolsa, tomé a mi gato y lo puse en una bolsita de tela de colores y salí a la calle con él. Las preguntas no son absurdas, simplemente no me interesan. Leo abre los ojos con las luces de los coches y de vez en cuando saca sus uñitas y se aferra a mí. Voy en la pregunta número 3 -¿En qué vertientes del performance ubicarías tu trabajo?- nunca lo he pensado. Al llegar a nuestro destino, Leo se dedica a oler todo y trepa por la tina del baño, los muebles y el fregadero, se tumba en un sillón y después torpemente desea subir en unas cajas; no le interesa la gata que conoce y mucho menos en marcar territorio. Regreso a mi tarea del cuestionario y trato de hacerlo de la manera menos complicada posible. Leo vuelve a mirar todo el camino de regreso y es acariciado por dos personas, una en el camión y otra en el metro, el segundo es un señor de edad avanzada que le sonríe y le dice miau en todo el trayecto; Leo sólo lo mira y voltea a verme.

Llegamos los dos a la casa, un poco cansados, nos trepamos a la cama y caemos rendidos a dormir, abrazados, él recarga su cabeza en mi brazo y yo mi barbilla en su cabeza.

Alguna vez Marri me dijo que yo era como un caracol, y que quería cargar mis cosas en mi espalada, ahora pienso que un caracol es mucho muy pesado y lento, yo lo único con lo que pienso cargar es mi gato, quien me demostró que juntos podemos ubicarnos donde sea.