miércoles, noviembre 13, 2002

Nunca había despedido a un departamento de la manera en que lo hice ayer. Llegar a un espacio en el que me permitieron estar por cuatro años, donde me corrieron tantas veces, donde lloré e hice el amor, siempre en la misma habitación. Lo primero, recorrer todo el lugar y observar las paredes vacías; abrir las puertas de los clóset y meterme, cerrar la puerta, oscuridad, silencio, tranquilidad. Había una cama grande en el centro de la sala casi destruida, la ventana enorme y sin cortinas, en un mar verde porque los árboles ahí terminan. La cocina es el lugar más caliente del que fuera mi refugio. La tina de baño se tranforma en un gran congelador (hielos y cerveza), el cagadero en una silla perfecta y una veladora ilumina el espejo que está enfrente de mi. Abrimos la puertita del escondite y es de mi tamaño, es como estar en un sarcófago, nos encerramos apretados ¿así se sentirá estar muerto?.

De verdad le dije adios y no lo voy a extrañar. Ya no me duele desprenderme de las cosas . . .

Un año, un año.

Diablos qué feliz soy.