viernes, junio 13, 2003

Mi casa no es mi refugio, definitivamente no, pero me gusta. Creo que es el lugar ideal para una persona como yo por una simple razón: no hay nada. No me interesarme tenerla "bonita y presentable" porque verdaderamente aprendí a gozar mi nada.

Nada me impide colocar un colchón en la entrada de la puerta, ni sacar la tina para bañarme en la zotehuela; menos acostarme por cualquier lado en el piso o levantar el armazón de la cama y ubicarla en el centro de la sala, mi puerta a otra dimensión. Me encanta cuando tengo "visitas" que no saben dónde sentarse, me fascina que sugieran alguna "ingeniosa" nueva forma para decorar.

Eso sí, mi casa tiene vida y se mueve sola. Veo a Niña (la araña patona) pasear por el marco de la puerta del baño rosa. Ella sabe el lugar donde puede hacer su telaraña, cuando tiene huevesillos se instala siempre en el mismo rincón para que yo controle su natalidad. Se ve tan linda panzona la condenada.

Mis vecinos y yo tenemos un pacto: yo aparento que no existo y ellos riegan mis plantas. Mi arbolito va por buen camino, mi cactus ya tiene su segundo brazo, la cuna de moisés florea a cada ratito y qué decir de mi chiquitín arrugado. Lo olvidaba, ahora tengo una menta junto al helecho que es el más latoso y no quiere crecer.


Tengo ganas de estar con mi araña, cambiar el papel de china de la ventana, seguir desgarrando el tapiz. . .