lunes, febrero 17, 2003

Me recosté sobre las rocas, a la orilla del desfiladero, la vista era la punta de los árboles rodeados de montañas. Subí los brazos para acomodar mi cabeza y miré a la neblina subir poco a poco tapando el sol, y se filtró despacio en mí. El frío, que recorrió sin consideración mi cuerpo, erectó los pezones llegando a mi cara. Saqué la lengua y estiré los brazos, los levanté y traté de abrazar la sin forma en movimiento que hacía circulos entre si y que se desviaba al chocar entre las paredes de la montaña. Me cubrió y no pude ver más, a punto estaba de meter mi mano al pantalón, cuando un vigilante se paró a mi lado y dijo -señorita, no puede estar usted en esta zona- vaya forma de écharle a perder a uno el reencuentro con los bosques.