Ayer conocí a Cristina y Gabriela. Cristina es alta, morena, inteligente y tiene una sonrisa de las que puedes confiar por sinceras; nos reimos juntas, hablamos y bebimos un rato. Ella me cuenta que en la Universidad (no pregunté cual, ella estudia la maestría) está tratando de que se presente un monólogo sobre Juárez pero de todo lo que me cuenta dos frases me impactan -hay niñas violadas de 9 o 10 años que les han arrebatado su derecho de llamarlas niñas porque ahora se les conoce como "las mujeres de Juárez"- me lo dice mientras carga a su hijo de 9 meses, y la segunda -el director de la Universidad le parece incorrecto presentar este tipo de proyectos porque es un tema fuerte que puede herir "sensibilidades"- cuando se fue la extrañé. Gabriela es pequeña, robusta y viste de una forma lindamente extraña, antes la había visto en otras reuniones, fiestas y exposiciones, por eso le pregunté a un amigo quién era ella -es artista y expone en el Tamayo- me contestó, -sí, pero qué hace- insistí, -arte- ante la obviedad pues ni hablar. La marimba toca y Gabriela se coloca a mi lado, Elías le extiende una invitación y ella la ve y me pregunta -qué vendes, porque tengo que ir a tu evento, fiestas hay muchas, dime algo que me motive- la miro y me sonrio -yo no vendo nada, qué me puedes aportar tú- le contesto y ella se mece sin estar convencida, -eres libre de no ir, si no te interesa- agrego, -me mira con intriga -no es una mercancía- y yo le repondo -nunca hablé de vender, hablé de aportar- alza un poco la cabeza -voy a ir sólo porque me invita Antonio- y se va. Como dice mi mamá "de tu arte a mi arte" a ella no la extrañé.